El patrimonio lo constituye el conjunto de conocimientos, prácticas y producciones materiales e intangibles que tienen un valor intrÃnseco porque representan: la capacidad de invención técnica e intelectual y la creatividad humanas; el valor de la apreciación estética (como los paisajes, los cantos, las formas de ejecutar un oficio particular); el hecho de que ese conocimiento, práctica, instrumento o edificación remita a un vÃnculo entre generaciones, y por lo tanto, a un sentimiento de identidad; y la relación estrecha y continua con la naturaleza, haciendo uso de ella, transformándola. Este último punto es esencial, pues los elementos de la naturaleza, bien sea por su valor estético, por ser de especial importancia utilitaria, porque forman parte de los referentes de identidad de una población concreta o por tratarse de ecosistemas raros o únicos, forman parte del patrimonio común. Esta noción de patrimonio conlleva la idea de que el paisaje rural es el resultado de la interacción entre el medio natural y el medio humano, englobando los habitantes, sus prácticas y sus modos de vida. Otra idea consustancial al patrimonio se refiere a aquello que una comunidad (local, y a veces global) considera que debe ser objeto de conservación. Es decir, el patrimonio alude a algo vital en la construcción de la identidad de un pueblo, algo que le ha modelado y que merece conservarse frente a su inminente desaparición, en las mareas del cambio cultural.
Una de las funciones del patrimonio es conectar unas generaciones a otras y transmitir sentimientos de pertenencia y permanencia de un legado.
En un sentido amplio, los saberes y las prácticas tradicionales, asociadas al desarrollo de actividades agrÃcolas que por los nuevos rumbos del mundo rural se encuentran en desuso o están desapareciendo, forman parte de lo que podrÃamos denominar patrimonio agrÃcola. Dicho patrimonio puede corresponder a un conjunto de objetos, edificaciones, técnicas, paisajes y conocimientos en constante interdependencia. Sin embargo, éste no sólo se refiere a conocimientos u objetos en declive, sino a aquellos que aún están en uso, que son comunes y de carácter cotidiano, y que surgieron en unas determinadas condiciones sociales, económicas y ambientales, de las que todavÃa hacen parte. Esto significa que apelar al reconocimiento y valoración del patrimonio agrÃcola no significa retratar una realidad petrificada y que no tiene correspondencia con el tiempo presente, sino, por el contrario, dar nuevos sentidos a unas prácticas, conocimientos y técnicas que tienen sentido actual, y que son vividos por personas concretas, en relaciones concretas con su oficio, su saber y su modo de vida.